8 jul 2010

Cuando llueve, Martín se pone triste. Se espanta con los rayos. Se espanta con los truenos. Le espantan las gotas de lluvia al escucharlas caer.

De pequeño, Martín se escondía en el sótano de la casa cuando llovía. Algunas veces buscaba a su mama. Intentaba cantar canciones infantiles. Inventaba juegos. Creaba diferentes situaciones para evitar pensar en la lluvia.

Ahora de grande. Martín, desde su escritorio ve las gotas de lluvia. No se mueve de ahí. Se enfrenta a ellas. Enciende un cigarro. Su mano tiembla. Sus piernas tiemblan, pero él sigue ahí. No importa lo que escuche. No importa lo que vea. Está decidió a no temerle más a la lluvia. Siente su pantalón tibio. Siente su pantalón mojado. Sabe que la lluvia continúa espantándolo.

22 jun 2010

In Memoriam Carlos Monsiváis

Martín escucha los maullidos de los gatos callejeros. Lo espantan. Tiene que poner música para sentirse más tranquilo. Abre el reproductor. Busca una buena canción… una buena canción… una buena canción. No la encuentra. Todas lo hacen ponerse triste. Los gatos continúan con su concierto.

Pasa por la letra A… Adriana Varela. Con un tanguito se sentiría mejor… Los Mareados. Lo entristece aún más. Letra B… B.B. King. All over again. Qué guitarra. Mejor la quita. Letra C… Catherine Sauvage. Les amoureux du Havre.

Les amoureux du Havre. N'ont pas besoin d'la mer. Et les bateaux se navrent. D'être toujours seuls sur la mer…

La canción perfecta. Puisque la terre est ronde. No le importa escuchar esta canción. Inunda su cabeza. Inunda sus oídos. La letra se abre paso entre todo su ser. Los gatos ya casi no se escuchan. Los gatos podrán seguir allá afuera. Los gatos no importan tanto ahora.

Martín se ve cerca de El Havre. La imagen es borrosa porque no la conoce bien. Siente la brisa. Siente el agua del mar en los dedos del pie. Ve los pequeños botes. Ve el agua del Sena. Comienza a sentir esa realidad. Se está transportando a la Alta Normandía. Está por llegar. Un maullido salvaje lo regresa. Se asoma a la ventana. Dos gatos se aparean. Regresa a su escritorio… la música ha terminado.

20 jun 2010

Martín desearía tener los mejore tenis. La mejor televisión. El mejor perro. Anhela tanto… tanto, tanto ser el mejor en todo. Ser el mejor profesor del magisterio. Ser el mejor vecino de la colonia. Y se esfuerza día a día en lograrlo.

En la colonia, Martín es el encargo de organizar las juntas vecinales. En la escuela, es el profesor encargado de de organizar todos los eventos conmemorativos del año. Él trata de participar en todas las actividades que lo formen o que lo hagan ver como el mejor en todo.

Sin embargo, nunca es recompensado por lo hecho. La directora lo considera el hombre más estúpido, inmaduro y manso de la escuela. Le ha dado todas esas oportunidades sólo porque los demás no quieren hacerlas. En su colonia, los vecinos lo odian. Sólo van a las juntas porque Martín regala café y galletas.

Nunca nadie le ha hablado sobre esto. Por lo cual, Martín continua en ese camino a la perfección. Se esfuerza día con día. Noche con noche. Martín quiere, desea, anhela ser el mejor hombre que jamás haya existido. Y al menos cree que puede llegar a serlo un día no muy lejano.

18 jun 2010

- El camino nunca es como se quiere -, decía el imbécil de Julián. Y cómo iba ser así si estábamos pasando por una carretera hecha añicos, destruida, horrible. Íbamos a visitar al buen Armando, el mejor amigo para pasar el rato. En la ciudad no teníamos nada qué hacer y por lo tanto una visita fugaz a aquel hombre nos caería bien.

Tomamos la carretera libre para San José. No teníamos mucho dinero para pagar una autopista que nos ahorraría una hora, necesitábamos matar tiempo y una hora en auto era asesinarlo sin culpa alguna. En el trayecto consumimos más cervezas. Charlamos de algunas cosas de interés personal y sobre todo disfrutábamos del ambiente.

Julián se quejaba por la rudeza de la carretera, mas no le prestaba mucha atención. Dejaba que se consumiera en sus criticas, en sus reclamos a todo aquello que le molestaba y eso eran miles de cosas. Yo ya había aprendido a ignorarlo.

Al llegar casa de Armando nos percatamos que ya no vivía más ahí. Unos niños jugaban en el jardín y Armando nunca tuvo hijos, ni siquiera era bueno con ellos. Recuerdo la vez en que golpeó a un pequeño en la playa porque no lo dejaba escuchar las olas, - Anda, pequeño idiota. Lárgate con tu madre y deja de estar molestando a las personas importantes-, el pequeño se alejó con lagrimas en el rostro, Armando ni siquiera se inmutó.

Estacionados frente a la antigua casa de Armando, le pedí a Julián que preguntara a la familia sobre el paradero de los antiguos inquilinos. Bajó con desgano, se acercó a la puerta e interrogó a los infantes. Regresó rápidamente y me informó que, según los niños, el señor que vivía ahí había muerto. No le creí, lo mandé al diablo, lo mandé a que fuera directamente con los padres de aquellos mocosos infelices, cómo se atrevían a jugar con la muerte de un ser querido.

Julián volvió a la casa. Pasó el jardín como si fuese el dueño y tocó a la puerta. De lejos vi a un hombre barbudo recibirlo. Después de algunas palabras hizo entrar a Julián. Qué iba a ser ahora aquel mozalbete, pasar a una casa cuando simplemente iba a pedir información sobre el antiguo habitante de ese viejo hogar.

Después de una hora… tal vez dos, vi salir a Julián de la casa. Le pregunté el porqué de la tardanza. Me respondió con una sonrisa en el rostro que Armando había muerto y que los señores Hernández eran buenas personas. No me importaba si los Hernández eran los mejores de la colonia o del mundo entero, quería saber el paradero de Armando para continuar con nuestra fiesta. – Está muerto, Antonio. Entiende. Los señores no dijeron más, ni siquiera la causa. Si no me crees ve y pregunta tu mismo -.

No iba a salir del auto, estaba bastante bebido como para caminar hasta aquella puerta. Pensé un momento sobre el verdadero paradero de Armando. Dónde podría estar ese hijo de puta. Cuánto dinero debe para querer dejar ese sitio. Por qué dicen que está muerto.

Arranque el sucio y viejo carro. Necesitábamos pensar más tranquilamente sobre el paradero de Armando. – Vamos a la playa. De aquí hacemos una hora, tal vez menos.- le dije a Julián. Aceptó sin reparo. Ahí íbamos otra vez a la carretera. Con un destino: la playa. Tal vez Armando estaría viviendo por allá, tal vez es verdad que está muerto. Quién podrá saberlo… al menos yo no… bueno, al final él se lo pierde.

17 jun 2010

Martín es un hombre de pocos amigos. Cuenta con dos: Miguel y Manuel. Los sábados salen a caminar por la ciudad. Primero, llegan a una fondita para comer. Acompañan sus alimentos con una cerveza. Hablan muy poco en ese momento. Solamente se observan y sonríen. Al acabar, encienden un cigarro. Lo fuman despacio. Todavía sin hablar.

Al salir, van por un café. En el pequeño lugar comienzan a hablar sobre sus trabajos. El dentista sobre las muelas. El profesor sobre los alumnos. El estadista sobre los números. Pocas veces comprenden totalmente la información del otro. Simplemente asienten con la cabeza y todo está listo.

Al acabar el café se dirigen a un parque cercano. Se sientan en una banca. Fuman y fuman. Fuman y fuman. Ven a las personas. Charlan sobre sus exnovias. Charlan sobre sus historias pasadas. Ríen un poco. Observan a la gente. La gente los observa y ellos… miran para otro lado.

Cuando el sol está por meterse, se despiden. Taxis a diferentes lugares. Apretón de manos. Manuel se va. Otro taxi. Apretón de mano. Miguel se va. Martin se queda en ese parque. Observa a la gente y decide regresar a pie.

En el camino, piensa en sus amigos. Son buenas personas, según él. Piensa invitarlos a comer el próximo miércoles. Avanza sobre la avenida. Toma el metro. Sería perfecto para Martín romper la rutina de los sábados. Un miércoles sería mejor. Llega a su destino. Camina otro poco para su casa. Al abrir la puerta. Al entrar la llave. La idea de invitar a sus amigos se esfuma. Los verá hasta el próximo sábado. Sí. Hasta el próximo sábado.

16 jun 2010

Al pobre de Martín no le agrada conducir. Tiene un carro viejo, viejo. Lo utiliza para ir a trabajar. Para ir al mercado. Para ir por el pan. Para ir a la tienda.

No le gusta manejar esa chatarra. Cuando va por las calles el asiento le molesta. Le molesta la palanca de velocidades. Le molesta el motor. Odia ese humo que deja atrás. Odia el escape que explota y lo espanta.

No quisiera utilizar más esa máquina vieja. Quisiera tirarla por algún despeñadero. Verla incendiarse. Escupirla. Orinarla. Romperle el parabrisas. Despedazarle el retrovisor. Mandarla al diablo. Olvidarse de ella por completo.

Aunque algunas veces se siente mal por pensar todo aquello. La ama por un instante cuando la observa estacionada. Tan solita. Tan feíta. La ama como si fuera un ser de carne y hueso. Tan sólo si tuviera un poco de dinero para arreglarla. Para hacerla más bella… Para cambiarla.


15 jun 2010

Martín busca desesperadamente entre sus cosas una pluma. Desea escribir el cuento sobre una mujer enamorada de un hombre. La dama se llama Paula, el caballero se llama Paulo. La idea la ha tenido durante todo el día, sin embargo, no encuentra su pluma.

Desordena el desorden de su escritorio. Tira papeles. Tira cajetillas de cigarros. Tira la foto de su exnovia. Busca sin cesar el bolígrafo de cinco pesos. Quita revistas. Quita diccionarios. No lo encuentra por ninguna parte.

Piensa que pudo haber olvidado su pluma en la cocina. Cerca de la estufa no está. Sobre la mesa… tampoco. Tal vez pueda estar en la pequeña sala. Primer sillón, no está. Segundo sillón, no está. Tercer sillón… encuentra sólo el tapón.

Triste y desilusionado regresa a su alcoba. Pone en su reproductor All the thing you are interpretada por Dizzy Gillespie. No acaba de escuchar la canción. Apaga la computadora y decide irse a la cama.

Martín junta toda la ropa que acaba de quitarse. La pone sobre la sillita y se dirige a la cama. Se acuesta y comienza a pensar en todas las cosas que hizo durante el día: Pinté la cerca, Bañé al perro, leí el periódico, eran las noticias más tristes… Pasan las horas, una, dos y Martín no puede dormir.

Se levanta por un vaso de agua. Regresa a la cama. Aún no puede dormir.
Se levanta por leche tibia. Regresa a la cama. Aún no puede dormir.
Se levanta al baño. Regresa a la cama. Aún no puede dormir.

Enciende la lámpara y toma el libro del buró. Se entretiene en las historias contadas por aquel argentino. Se siente dentro de cada cuento; él es el personaje principal, ya sea una mujer, un hombre o un animal, ese es él: Martín.

Son las cuatro de la madrugada, todavía no concilia el sueño. Se levanta de la cama. Toma su ropa que está en la sillita y se decide por fin a lavarla.

14 jun 2010


Martín sale a comprar las verduras para la sopa. Va al mercado más cercano y pide lo que necesita:

Lista de Martín para la sopa

- 1 kilo de papas
- 1 kilo de zanahorias
- 1/2 kilo de ejotes
- 1 kilo de calabacitas

Regresa a su casa. Pone todo en orden para hacer la sopa. Hecha agua a la olla y coloca las verduras. Se dirige hacia el televisor, lo enciende y se queda ahí durante horas. El agua de la olla se consume, las verduras quedan solitarias en aquel viejo recipiente, solas, tan solas como Martín frente al televisor

9 jun 2010


In Memoria Xavier Villaurrutia

Nas noites sai percorrer o bairro. Somente tem um objectivo, o único objectivo que tem tido desde há dois anos, quando se apercebeu que sem ela a vida realmente tinha pouca significação. As dois da madrugada sai recorrer a rua, as luzes da cidade o fazem engrandecer ou diminuir segundo sua posição, os cães são seus melhores acompanhantes, essa é a hora exacta para caminhar, para procurá-la... é a solidão da noite.

Caminha sem direcção nenhuma, à esquerda, à direita, espera encontrar seu tesouro num canto escuro, numa rua perigosa, no obstante, nunca a tem encontrado, pareceria que se lhe esconde, mas nunca tem querido marcar um encontro com ela, porque se o fizesse eliminaria o romanticismo, a surpresa da qual a vida esta feita, por isso a procura, por isso não marca um encontro.

Se tem cansado de sair pelo asfalto urbano, de observar a lua em suas diferentes posições. Esta cansado de levantar as pedras, esta cansado de procurar nos buracos sem encontrar essa mão que ele deseja, de un tacto sutil y blando, para não terminar espantado quando por fim a vier.

Quando o dia chega com seu máximo expoente, o sol, ele dirige-se a sua alcova para dormir embora que seja por um momento, para poder esquecer o despeito que sua amada provoca-lhe. Às quatro da tarde decide que é a melhor hora para comer uma sandes e beber um refrigerante; para fumar um cigarro depois do almoço, para se sentar na cadeira velha do seu avô e escrever do amor, da morte, da morte, da sua belíssima dama.

Sabe que é uma pessoa paciente, isso é certo, é uma pessoa paciente, porque se não fosse assim, tiver contactado a sua amada de outra forma, de qualquer maneira com a intenção de vê-la e senti-la mais próxima; de ver esse rosto pouco conhecido, de sentir sua fria mão acariciar sua face, por isso é um homem paciente, mas a paciência acaba-se em algum momento, e o momento +e justo esse mesmo dia, a noite do dia, alem que soe irónico; o encontro realizar-se-á essa mesma noite, o tem decidido.

A lua é um quarto minguante, a pode observar desde sua janela. Aproxima-se ao teclado do computador e escrever duas linhas, dá a ultima fumada ao cigarro e olha o laço que se balança do tecto, tudo esta pronto para chegar pontual ao encontro, sobe a sedia, coloca o laço no seu colo, aperta com suas forcas todas o nó e grita:

Que posso pensar ao ver-te, se na minha angustia verdadeira teve de quebrantar a espera

3 abr 2010

-El día de ayer me pediste ayuda, pero ahora que vengo te haces el tonto y me ignoras. Dime, qué demonios pasa por tu cabeza, crees que estaré aquí por siempre, creo que te equivocas.

-Me podré equivocar en muchas cosas en esta vida, mamacita, pero estoy cien por ciento seguro de tu presencia en esta habitación siempre que lo requiera. Eres tan común, eres igual a las demás, buscas un momento de compañía y yo soy tu compañía, tu única compañía, por lo cual no debes de quejarte y anda, ayúdame a recoger esto.

-Entonces… sí deseas mi ayuda. ¿A caso es tan difícil decirlo?, dime, dime que me necesitas, no hay nada de malo en ello.

-Bien sé eso. No hay nada de malo pero no es una ayuda de esas que se piden. Tú deseas verme arrodillado, llorando, suplicando por tus malditas manos, no lo haré. Si quieres ayudarme levántate y ven para acá, rápido.

-¡ah! Con que ahora me apresuras, me ordenas. Esto ya no me parece ayuda, papacito, no, no, no. Me largo, te dejo y esta vez va en serio, ya no temeré más a esa soledad, al fin tú la creaste, fueron tus palabras las hacedoras de ese gran vacío que no me permite salir de esta relación, porque antes a ti estaba totalmente sola y no me importaba y no quería a nadie, a nadie, te lo juro.

-No conocía hasta donde podían llegar tus mentiras. Eras una mujer desesperada, recuérdalo, mamacita. Buscabas hombres por toda la calle, por las avenidas, por esos centros nocturnos donde se reúnen la bola de supuestos seres sociales, ahí estabas todos los viernes en busca de algún tipejo.

-Sí, sí. Ahí estaba yo todo los viernes, eso no lo niego, pero no buscaba a alguien, sólo quería emborracharme un rato, sabes lo bueno que es el alcohol, borracho de mierda, bien que sabes lo que es el alcohol. Ahora me vienes a dar un discursito de esos disque intelectuales, vamos borrachín, tú no tienes nada de intelectual.

-Te importa un comino si soy o no un intelectual, si soy o no un borrachito, eso es una cosa totalmente ajena a tu soledad. Tendré vicios, mamacita, como cualquiera, como cualquier puto ser humano los tiene, sin embargo, sin embargo estos vicios suelen ser mi compañía ciertas ocasiones, tú… tú no tienes ni un maldito vicio que te acompañe. Anda lárgate y deja de estarme molestando. Juro no volver a hablarte y si por alguna razón llegas a pararte por estos lugares tomo tu redondo culito y le meto una patada justo en el centro para correrte. Anda vete.

-Me voy, Erick. Te juro que no regresaré, ni me busques, esta mujer ya no es para ti.

-Anda, déjate de habladurías y cierra esa puerta, grandísima puta, largo, fuera de aquí.

Las manos de la chica temblaban al salir del departamento. Su mente trataba de apartarse de la idea de aquel hombre, del único hombre que había amado en su vida, mas no lo lograba, se sumergía en pensamientos, en vanos recuerdos con aquel granuja, cómo podía amarlo tanto a sabiendas del tipo de persona que era.

En sus pensamientos revoloteaba el dicho de uno de sus amigos: “las mejores mujeres acaban siempre con los peores hombres” y lo creía tan cierto en ese momento. Ella siempre le habría ofrecido un paraíso a ese tremendo hijo de puta, le complacía en absolutamente todo, sin embargo, él qué hacía por su bienestar, el qué hacía para mejorar la relación, se ponía a escribir sus cuentos sinsentido, sus cuentos sin pago, sin sueldo, sin dinero para comer, él no comía, no podía probar un alimento en dos o tres días, pero ella, ella sí era un ser humano.

Cómo un cabrón podía pasar las horas escribiendo, sin siquiera regalarle una mirada. Algunas veces deseaba ser vista, estar presente para el escritorcito, y éste se metía de lleno en las putas letras, en sus putos libros, con su cigarro en la mano, con su vaso de whiskey en la mesa, no tenía ojos para otra cosa que no fuera él. Una mujer se llega a cansar de ser invisible, de ser la ama de casa, de ser la lavandera, la cocinera, la mucama, de ser muchas cosas pero nunca mujer, con deseos y placeres por disfrutar.

Caminaba pensativa en busca de una solución a sus problemas, a su gran problema de ser un objeto. Cómo pasar de ser un objeto a ser un sujeto, tal vez buscando a otro hombre, el cual la pudiera entender, la pudiera observar en toda su esencia, el príncipe azul de los cuentos. No quería pensar más en el hombre barbudo y apestoso y viejo, no obstante, todos sus recuerdos la llevaban al mismo punto, con él, con el delicado pero cabrón, con el lindo pero hijo de puta, con él, su extraterrestre.

El semáforo estaba en verde. Se detuvo, se dio la media vuelta y regresó al apartamento, porque al fin y al cabo “las mejores mujeres acaban siempre con los peores hombres”. No se puede pelear con el destino, ella lo amaba tanto, no creía poder amar a otra persona como lo amaba a él.

-Está bien te ayudo a recoger

-Sabía que regresarías. Tienes un mal momento, sólo es eso, te entiendo.

-Cabrón, qué me vas a entender. Nunca lo harás.

-Puede ser cierto lo que dices, nunca te entenderé, pero no es necesario eso, mamacita, es cuestión de acostumbrarnos a vivir juntos, lo demás se va dando solo.

-No quiero hablar más del tema. Nos apuramos a recoger este desmadre de tu fiestecita y nos vamos a la cama.

-No puedo irme a la cama, necesito acabar el cuento. Te prometo que cuando acabe te despierto y hablamos por un momento.

-Está bien. No te preocupes, acaba tu historia, te la metes por el culo y yo te espero como siempre, como siempre, yo te espero.

15 mar 2010

Todos los sábados teníamos por costumbre ir a las afueras de la ciudad. Mi padre nos llevaba en la camioneta vieja, era demasiado espacio para tan pocas personas, hubiera sido mejor llegar en el tsuru rojo, mas esa camioneta le traía tantos recuerdos al viejo.
En esos viajes jugábamos a imaginarnos distintos animales. Ocupábamos los automóviles para aquella distracción. Mi hermano Esteban veía principalmente dragones, lagartijas gigantescas capaces de sacar fuego por la boca, sólo eso, ningún dato más, sin embargo, Félix, mi otro hermano, describía hasta los rasgos insignificantes, como el puntito de color rojo de su mariposa terrestre. Y yo, yo no recuerdo cómo relataba mis monstruos y ni siquiera recuerdo de cómo eran.
Cuando por fin descendíamos de la camioneta, mi madre descargaba todas las cosas, mientras mi padre colocaba la mesa plegable y la casa de campaña. Nosotros no ayudábamos en nada a esas tareas, preferíamos inspeccionar cuidadosamente la zona.
A pesar de ir siempre al mismo sitio, lo percibíamos de manera diferente en cada viaje. Era un nuevo mundo donde éramos los colonizadores. Esteban se subía a las piedras y con un tubo de cartón de papel higiénico intentaba observar más allá del horizonte, pero sólo veía montañas, no más, ni una casa, ni una persona, ni siquiera una animal, pero solamente una vez logró su objetivo.
El día de la cosa, como le habíamos nombrado tiempo después, hacíamos lo de costumbre, mas cuando Esteban veía por el cilindro nos alertó sobre una lagartija gigante. Enseguida Félix y yo creímos que se trataba de un auto y que nuestro hermano continuaba con el juego de la camioneta, no obstante, de pronto sentimos temblar la tierra, un algo se movía a lo lejos, sentíamos las vibraciones, lo mejor era esconderse en algún lugar para observar mejor.
Nos ocultamos detrás de unas rocas, tirados con la panza en la tierra, éramos verdaderos soldados a la espera del enemigo. Las vibraciones continuaban, el salto de la tierra continuaba, de pronto escuchamos un chillido espantoso, indescriptible. Vimos unas garras gigantescas, una piel cuarteada por el sol, una lengua de enormes proporciones que salía y se metía de la boca de esa cosa, pero lo más sorprendente eran los ojos, dos bolas negras, dos planetas como Júpiter, moviéndose de un lado para otro, era una bestia.
Tardó más de cinco minutos en pasar. Pensamos por un momento que se dirigía hacia mamá y papá, mas la cosa viró a la derecha y solamente su cola, su horripilante cola nos decía adiós.
Después de ese día nunca más volvimos. Poníamos pretextos para no regresar al campo y el tema de la cosa se quedó guardada en cada uno de nosotros, escuchar esa palabra nos estremecía, nos hacía sentir mal porque aún resonaba el chillido en nuestros adentros y nuestro cuerpo vibraba, temblaba como la tierra en aquel día.

5 mar 2010

Comienza trepando por mis piernas. Luego se aferra un poco a mi cinturón y pega un tremendo brinco hasta mi pecho. Yo no puedo hacer nada, él sube poco a poco, desea llegar a mi cabeza, pero… ¿será prudente dejarlo llegar hasta ese punto?

Todas las noches intenta hacerlo, sin embargo, nunca lo he dejado, me da tanto miedo que se meta por mis orejas o por mis ojos y entre de repente a mi cerebro. Imagina tener un animalito en ese lugar importante, podría controlar todos mis pensamientos, mis actos, mis decisiones. No, no, no, eso realmente es preocupante.

Se lo he comentado a algunos compañeros de la escuela. Les platico la forma en que se aferra a mi pijama, en cómo se sostiene con sus pequeñas garras, en su aspecto deforme. Trato de hacer una descripción fidedigna del animalucho, mas me tildan de loco, piensan que soy un consumidor de drogas o algo por el estilo… nunca me creen y no quiero que lo hagan, hasta cierto punto, es mejor mantenerlo en secreto.

Cuánto tiempo tendré que soportar todo esto. Él no piensa en irse. Por lo regular me deja descansar una semana. Una semana entera se desaparece de mi habitación, me deja tranquilo, con la duda de si volverá algún día, hasta lo extraño cuando no está presente, pero cuando llega todo es diferente, deseo alejarlo de mi alcoba, de mi cuerpo. He llegado a dirigirle algunas palabras, intentando entablar una comunicación para decirle que me cansa su presencia, sus actividades porque si desea estar ahí no hay problema, no obstante eso de trepar me molesto demasiado.

Nunca responde al dialogo, por eso lo considero un animal. Sus ojitos cuando hablo se quedan estático, me miran de una forma… tierna, agradable, pareciera prestar atención y de pronto otra vez, comienza a saltar, a intentar llegar a mi cabeza y yo manoteo, lo alejo hasta que cae abruptamente al suelo, luego se esconde bajo la cama y no lo veo hasta otro día.

Desearía saber el porqué está presente en mi vida. El porqué de su elección de molestarme todas las noches. El porqué de llegar a mi cabeza, qué hay ahí, qué desea encontrar en mi cerebro… cuántas personas sufrirán de esto, de animales extraños en las noches dentro de la habitación intentando subir y entrar a la cabeza, cuántas, cuántas existiremos.

2 mar 2010

Frente a la casa de Margarita Saldaña el muchacho se estremecía. Sentía un calor por todo su cuerpo, sentía la sequedad en su boca. Él quiso tanto a Margarita Saldaña, pero ahora cómo podría verla a la cara, su vergüenza era gigantesca, casi del tamaño del mundo. Temía ver el rostro de la joven en alguna ventana de la casa, temía tanto verla.

Pasaba rápido, sin levantar la cara, con pasos agigantados por la acera. Sólo alcanzaba a ver de reojo el jardín, el pasto siempre verde de los Saldaña, sólo eso veía porque no deseaba observar más. Al momento en que caminaba cerca de la casa, su mente se iba llenando de recuerdos absurdos, tristes, melancólicos. Por qué con Margarita Saldaña.

En el colegio intentaba evitarla a toda costa. Cuando iba por el pasillo y veía la cabellera rubia de la chica, se detenía a hacer plática con cualquier persona, se dirigía a los baños o se metía a un salón. Qué le diría Margarita después de aquel terrible día. Mantenía un perfil bajo en la escuela. Al acabar las clases se dirigía apresurado a la entrada, tomaba su bicicleta y se iba. Disfrutaba del aire, de las casas coloridas de San Andrés, pero luego llegaba la tortura de pasar frente a la casa de los Saldaña.

Por las noches distraía su mente con historias de terror. Los monstruos, los vampiros, las momias, los gatos emparedados eran sus acompañantes de relajación, al menos ahí los protagonistas tenían un motivo para sufrir, sin embargo, al terminar los relatos, le invadía nuevamente el sentimiento de desesperación. Tapaba su cara con las cobijas, cerraba los ojos como si el estar a obscuras doblemente le sirviera para espantar las remembranzas, pero no lo lograba, ya que hasta en sus sueños Margarita Saldaña lo encontraba.

Los huevos fritos de la mañana habían perdido su sabor. El jugo de naranja siempre estaba desabrido. El tocino le revolvía el estomago. Era imposible continuar con esa situación, sabia plenamente que la receta era encarar a Margarita, hablar con ella sobre lo ocurrido, buscar una solución para así lograr recuperar su vida, era la única salida.

Era sábado, un día perfecto para presentarse en la casa de los Saldaña. La familia nunca salía esos días. La señora Saldaña tejía durante toda la jornada, mientras el señor Saldaña fumaba su pipa por las noches acogido por el calor ofrecido de la chimenea y Margarita, Margarita jugaba a las muñecas, con la casita de madera, con la ropita de estambre tejida por su madre. Jugaba todo el día, por eso hablar con ella en sábado era la mejor opción, ya que si algo malo pasaba tendría el refugio de las damitas de plástico.

Llegó al número 38 de la calle Miraflores. Estacionó la bicicleta en la banqueta, se abrochó el suéter rojo, regalo de su madre un día de navidad, y caminó seriamente, sutilmente, decididamente hacia la puerta. Dio tres golpes, toc, toc, toc. Se limpió el sudor de la frente con la manga del rojo suéter y de pronto la puerta fue abierta.

Lo que pasó ahí adentro él sólo lo sabe, pero salió con una gran sonrisa de la casa de los Saldaña. Tomó su bicicleta y se enfiló hacia el fin de la calle Miraflores, donde vivía Sebastián, El Sebas. Era sábado, el sol regalaba sus rayos a todos los mortales, no había nubes en el cielo, era una maravillosa tarde de primavera para jugar a las canicas y de paso ganarle las suyas a El Sebas.

16 feb 2010

En esta vida tenemos muchas posibilidades de cambiar el destino. Muchas personas u objetos nacen siendo algo que realmente les disgusta, pero está el poder en cada una de ellas para mandar al diablo todo y mutar a un ser muy diferente.

Esta es la historia de una pequeña línea recta, la cual nació un día sin número ni mes, nació gracias a la mano de un artista. Ella estaba primeramente contenida en una espesa mezcla, tenía un color radiante, maravilloso, hermoso, sin embargo, fue sacada de su lecho con un objeto que al principio no percibía del todo bien, fue hecha salir de su hogar y fue plasmada en una tela blanca, brillante.

Ya estando en ese frio sitio se dio cuenta de que era una línea recta, una simple recta, insignificante en todo el universo blanquecino que la circundaba, sabía de su existencia al momento de sentir la brisa que entraba por la ventana, por fin conocía su color, era negra. Todo a su alrededor era diferente y ella anhelaba tanto ser igual.

Fue pintada y luego abandonada por mucho tiempo, pasaron días y meses y años y se encontraba nuevamente encerrada con una capa de polvo que la cubría de inicio a fin, se sentía triste por las noches y por las mañanas, sentía la tristeza recorrer todo su pequeño cuerpo, no obstante, nada podía hacer en contra del destino, o al menos eso creía.

Estaba a punto de morir, el final lo sentía muy cerca y se preguntaba el porqué de tal situación, si ella nunca había hecho mal a nadie, si ni siquiera se le había dado la oportunidad de hacer algo más… y un día, un bendito día el artista abrió el ropero donde la tenía enclaustrada, nuestra línea recta recibía nuevamente los rayos del tenue sol decembrino, sabía que ese era su momento, su oportunidad para cambiar el destino y obviamente el universo, ya que cuando uno se arriesga a enfrentar al destino todo se modifica, le sonrió como una línea lo puede hacer, lo atrapó con su mirada; el artista también la veía, era un enamoramiento lo que estaba a punto de ocurrir, estaba ocurriendo y ocurrió.

Ahora se percataba de aquel utensilio que la hizo salir anteriormente, un pincel, y el artista comenzó a pintar por ahí, pintar por allá, el lienzo blanco se iba llenando de color, de amarillo como fondo, con un óvalo azul arriba de ella, pero ella no era modificada, seguía siendo la línea recta y negra. El hábil joven se dio un tiempo para descansar, la línea pensaba que ya había terminado, sin embargo, de pronto el joven se levantó de su silla, dejó de ver por la ventana y se acercó al bote donde ella se encontraba antes de salir, se imaginó que podría tener compañía pero grande fue su sorpresa cuando el artista se acercó y comenzó a aumentar su cuerpo, ya no era una línea recta pequeñita, ínfima, por fin tenia curvas, era más extensa y ocupaba el centro del cuadro, de la pintura que al final el artista llamó L'Oro dell' Azzurro, la línea tenía cara y una sonrisa bien dibujada, desde entonces es exhibida en Venecia, Italia, y a diario agradece a Joan Miró, el joven artista, por hacer de ella más que una línea recta.

12 feb 2010

A pesar de lo que piensen los demás la noche de ayer fue la mejor de mi vida. Tuve todo, absolutamente todo lo que he deseado en esta inmunda existencia, y yo tanto que había buscado en otros lugares, con la familia, en la escuela, en la iglesia, con los amigos, pero nunca me pasó por la cabeza encontrarlo en la calle.

Uno va caminando sin pensar, con la mente en blanco. Ve pasar todos los socialmente adaptados rumbo al trabajo, paseando con la familia en el parque, todas esas actividades de las personas “normales”, mientras uno entra a un restaurante alrededor de las dos de la tarde para dar la primera comida del día. Huevos fritos con un café negro, ni siquiera la comida es la mejor cosa, se tiene que soportar toda esa grasa, los platos sucios y el olor de esos sitios tan deprimentes como los restaurantes.

El comer sin pensar es bastante normal para mí. Ver el televisor, observar toda la desgracia en el mundo, los rostros de los niños hambrientos de África, las bombas cayendo en medio oriente y los cientos de personas decapitadas en el país, sin embargo ese día cuando las noticias anunciaban la nueva contratación de un futbolista portugués para un equipo español recobré la atención, fue un rayo, una fuerza inexplicable que me trajo de regreso a la realidad, una música hermosa, el ritmo del jazz que una chica de baja estatura, de cabello rizado y rubio había puesto en la rocola del lugar. Tenía demasiado tiempo sin escuchar algo interesante en ese sitio, siempre eran melodías sinsentido, pero ¡ah, esa música! Creaba una revolución en mis adentros.

La chica se percató de que la observaba cuando dejaba la rocola. No podía esconder mi mirada en otra persona u objeto, por lo cual la miré fijamente y le sonreí. Ella hizo exactamente lo mismo y se dirigió a su asiento, en la barra. Continué con lo mío, devorar esos huevos fritos, no había necesidad de pensar más allá, fue una simple mirada, me vi reflejado un poco en ella con ese gusto musical, sólo eso, porque cuántas personas existimos con los mismos gustos musicales o literarios, pero al mismo tiempo tan diferentes, no hay nada de excepcional en eso, lo verdaderamente espectacular fue cuando vi a esa rubia dirigirse hacia mí, en el primer instante creí que iba al baño, no podía existir otra opción, no obstante su mirada me decía algo, me avisaba, eran señales de alerta, era un llamado a larga distancia, por lo cual recobré la compostura y esperé el momento de contacto.

- Hola, mi nombre es Clara, ¿me puedo sentar?
- Claro, siéntate
- Y cómo te llamas, he visto que te gusta el jazz
- Miguel, me llamo Miguel y sí, el jazz me fascina, en este sitio nunca había escuchado a Parker

No pensaba muy bien con una mujer tan hermosa frente a mis ojos, qué podía decirle, realmente poco, así que me reserve a contestar sus preguntas. Charlamos cerca de media hora, me preguntaba cosas extrañas y yo contestaba de la misma forma, hasta me daba el lujo de mentir, además no la vería más, no había problema en contar cosas falsas, tal vez se las creyera, tal vez no, quién podía saber eso… ¿ella?. Me invitó a tomar un trago unas calles adelante cuando acabé con los huevos fritos, acepté sin pensarlo dos veces, no perdía nada, no tenía nada por hacer y unos tragos con una acompañante siempre es mejor que cualquier cosa.

Cuando llegamos al bar, sin consultarme, pidió dos whiskys dobles. Con el primer trago me desinhibí un poco y comencé a interrogarla. Por las respuestas supe que era una mujer inteligente, había estudiado filosofía, se había mudado de la casa de sus padres a los diecisiete años, trabajaba en un sitio, supuestamente ella, demasiado privado donde la paga era buena, le daba para comer, pagar la renta de un departamento e ir de compras cada quince días. Tomamos otros tres vasos y justamente cuando terminamos el tercero me invitó a pasar el rato en su casa, escuchando jazz con la compañía de más whiskey.

Ya en su casa continuamos la plática. No recuerdo de todo lo que charlábamos, creo no haberme interesado lo suficiente, simplemente fingía poner atención, asentir cuando se debía, decir unas cuantas palabras en ciertos momentos, todo eso, no necesito ser un hipócrita, un oídos de compañía, no, no soy así, con sólo escuchar su lenguaje deducía su inteligencia, eso me bastaba para pasar el rato, no quería anotar con ella, no lo necesitaba en ese momento, simplemente deseaba beber con alguien y escuchar buena música. Al estar sentados en su sofá de piel, muy como por cierto, me invitó otro vaso de whisky, lo acepté pero cuando estaba con la licorera en la mano, me dijo – no te gustaría… joderme-.

Joder, una palabra realmente fuerte, ese léxico ya no me agradaba, era una loca esta mujer, lo mejor sería salir de ahí con toda precaución, pero cuando comenzó a desabotonar su blusa, ya no podía hacer nada. Me desvestí rápidamente, ella me vio con una sonrisa un tanto burlona mientras las medias estaban saliendo de sus hermosas piernas, vi su ropa interior, brassier y bragas del mismo color, senos bien formados. Se acerco a mí y…

Fue la mejor noche de mi vida, sentir su piel, su aliento, sus muslos, toda ella olía tan rico, era un olor que tal vez sólo el cielo ha de tener. Nos desaparecimos en la cama, corrimos con el cielo, nos juntamos con el universo, creamos y destruimos mundos, nos enjuagamos con aguas cristalinas, nos ensuciamos con viscosidades corporales, fuimos uno, un ser doble, pero uno, uno, cuando ella suspiraba yo suspiraba, cuando ella gemía yo era ese gemido, me impulsaba hasta el techo, hasta el cielo, me hacia abandonar la habitación con su respiración, era el Armagedón, era la Creación, era el instante mismo de la creación, no de la humanidad, ni de la tierra, la del universo mismo, el vacio, las estrellas, los planetas, los meteoritos, la explosión, la expansión, veía todo eso y más, pero ella en el fondo, mi Venus, siempre en el fondo, mi Laura, mi Lucy, siempre en el fondo, esa imagen hermosa con las sabanas a punto de caer, resbalando por la cama, era el mejor cuadro, éramos seres divinos, teníamos todo, tenía todo, felicidad, amor, odio, coraje, esperanza en un simple instante, todo junto, era Dios, era Dios.

A la mañana siguiente me dijo que le debía trescientos pesos, mi asunción costó trescientos pesos, pagué sin reclamos, pero me acerqué a ella nuevamente, a esos labios, la besé como el día anterior, me besó como el día anterior, la magia continuaba, aún conservaba ese aroma divino. Me aparté un poco para observarla y sí, no había duda, era un ángel aquella dama, hermosa, magnifica, y yo ya no era dios, las sabanas ya no estaban cálidas, nuestro momento de gloria había pasado. Ese momento con ella fue lo mejor de mi vida, piensen lo que piensen, si es amor comprado, o barato, o pasajero, o fácil, realmente no importa, nada importa cuando se vive en un mundo como este, el amor y todas sus sensaciones no tienen un adjetivo claro, es simple y sencillamente amor.

15 ene 2010

El Monarca no tiene casa,
Ni amigos, ni primos,
Sólo madre y padre.
El Monarca vive solo.
Camina por las calles,
En busca de algún trabajo.
El Monarca tiene mucha ropa,
Pero muy poca le sirve.
El Monarca salta charcos los días de lluvias.
EL Monarca se resguarda del sol bajo arboles grises en primavera.
El Monarca se mete bajo la tierra en invierno.
El Monarca, dicen algunos, no siente, no piensa.
El Monarca viaja gratis al espacio sideral
El Monarca lo que sabe es porque lo vive
El Monarca arranca pasto para jugar
El Monarca toma piedras para aventar
El Monarca vive en la noche y en el día
EL Monarca no tiene hora para dormir
El Monarca tiene madre y ella lo ama
El Monarca y su madre andan juntos
Su madre se llama Ciudad
Su padre se llama Asfalto
EL MONARCA VIVE EN LA CALLE
EL MONARCA ES LLAMADO NIÑO DE LA CALLE
EL MONARCA ES UN MONARCA COMO MILES EN ESTE PAÍS

8 ene 2010

En este territorio el cielo no es azul, las delgadas lonas color rojizo protegen a los comerciantes del sol, ¿del sol?, o tal vez será de la lluvia porque en los recientes días el astro rey se ha dejado ver muy poco y en cambio tenemos como techo una mezcla de colores grisáceos, pero eso no es para los tianguistas de la calle De las casas en el municipio de La paz, ellos tienen un cielo colorado, unos más que otros, todo depende de la edad de la lona, hay unas que se ven casi rosas por lo viejas que están, sin embargo, el toque tenue de luz es el perfecto para hacer las compras.

El tianquiztli no tiene una entrada preestablecida, se puede ingresar por la avenida Texcoco donde el comprador es recibido por la chica embarazada con cara de pocos amigos encargada de vender el periódico, ella no forma parte del tianguis, es una empleada sedentaria, pero si se entra por la calle Magdalena las camionetas con abolladuras y de color opaco, encargadas del transporte de las mercancías, son las autorizadas de dar la bienvenida. Aunque el mercado callejero no tiene una entrada oficial siempre se podrá descubrir su fin, su salida, ya que las chácharas, trocitos de vida colocados en el suelo, son las señales para regresar a casa.

Alrededor de las once de la mañana, el mercadito ambulante se ve asaltado por las amas de casa, hormiguitas que caminan de un lado para otro verificando los precios. Se aproximan a los puestecitos erigidos con delgadas líneas de metal donde las frutas con sus colores cálidos descansan en su camita, en un pedazo de madera cubierto por una tela blanca. « ¿A cómo el kilo, marchante?» se llega a escuchar por parte de la hormiga, mientras comienza con un ritual, el sagrado acto de inspeccionar el producto: lo ve desde todas sus formas, lo toca ejerciendo una pequeña presión y hasta llega a olerlo, luego duda y por fin se decide a comprar dos mil gramos de naranja.

Las hormiguitas caminan por toda la calle, se las ve a la izquierda, a la derecha, entablando relaciones de negocios, de vez en cuando hay otras paradas a la mitad del tianguis platicando entre ellas, intercambiando puntos de vista sobre las profesoras de la escuela primaria, sobre los precios elevados de los comestibles, de todo lo que pueda ventilarse bajo un cielo rojo y siempre, siempre están las canciones de fondo, porque el chico de los discos piratas, aquel que se encuentra al lado de la humareda provocada por la carne de los tacos, no deja escuchar los murmullos de un pequeño mundo, todo se ve atrapado por un silencio ruidos, mientras los insectitos sociales compran y discuten.

En la pequeña calle los puestos se dividen en tres hileras, dejando dos rutas para los peatones, es una pequeña ciudad. Las carnes están por un lado, los pollos colgados de un tubo metálico, la carne de res exhibida sobre hules blancos, con su típica nube de moscas y sus perros flacos a los costados esperando una pequeña porción al menor descuido del vendedor. Después de ese espacio se encuentran las frutas y verduras, todas ellas deslumbrantes, con sus colores tan diferentes a los de la carne, es un gusto a la mirada ver un pequeño destello que sale de ellas. También están las revistas viejas, donde la gente muy pocas veces se detiene o la ancianita que vende sus bufandas que corre con la misma suerte. Los artículos de limpieza están más a lo lejos, pero los puestos de garnachas se encuentran a lo largo del mercado errante, con sus olores múltiples, el chorizo mezclado con el sudadero y con el queso y con la cebolla, un toque exacto capaz de abrir el apetito.

Algunos gritan para ofrecer sus productos, otros simplemente esperan al comprador para ofrecerle un poco de lo suyo, pero ellos, los comerciantes son sólo estatuas, a diferencia de las amas de casa, las únicas que tienen movimiento en ese cuadro, en ese pequeño mundo, son las espectadoras del museo, son las hormigas encargadas de la recolección de los granos, las únicas que hacen posible la perpetuación de una tradición mexicana.
*Crónica de un tianguis para el taller de prensa

2 ene 2010

Si te platicara lo que vi esta tarde no me creerías. Un hecho sorprendente, de aquellos que hacen parar al universo. Deja contártelo, seré lo más sincero posible porque en verdad estas cosas no se ven todos los días.

No te aburriré con el comienzo de mi día, es muy normal, tan parecido al tuyo o al de Marcos o al de Fernando que no tendría caso contar esas patrañas cotidianas. El hecho en sí inició en el metro, yo estaba leyendo el libro que me habías prestado la semana pasada, buen libro por cierto, ya tendremos tiempo de comentarlo. Estaba en esos momento donde la lectura se va apoderando de tu mente, te crees Kesey en aquel viejo autobús y vas sintiéndote todo un drogota, esos momentos de perdición donde uno se encuentra con el escritor (vaya cacofonía) y sí, ahí estoy, leyendo, sin embargo, de pronto escucho unos gritos al final del vagón, estaban a punto de pelearse por ahí.

Realmente no les presté mucha atención, yo continuaba leyendo y continuaba viajando mentalmente pero de pronto el griterío, mejor dicho el gritote porque solamente una persona aumentaba el tono de voz, hizo que despejara la mirada de las hojas amarillas de tu libro y distinguí a dos tipos, uno con unas gafas negras y otro… con una espalda ancha, no le veía la cara.
El tipo de las gafas estaba regañando al otro hombre, con unos gritos infernales, porque supuestamente lo había pisado, eso a mí no me consta, pero el viejo estaba tan entretenido en el regaño y el otro hombre simplemente le hacía ciertas señas con las manos, llegué a pensar que lo estaba ahuyentando como se les hace a las moscas, sin embargo, no era suficiente porque los gritos seguían saliendo e invadiendo el vagón.

La pelea o mejor dicho el monologo se prolongo hasta Miguel Ángel de Quevedo, estación donde yo tenía que descender y maravillosa fue la sorpresa al ver que también los dos hombre bajaban ahí, pero no para seguir con su camino, sino para liarse a golpes o al menos eso parecía. Mi espíritu chismoso hizo que me quedara viéndolos por un momento, me acomode en el andén mientras ellos (él) discutía (hablaba). Por fin pude observar el rostro de espalda ancha, era un joven de entre 25 y 28 años, por cierto no contestaba a las majaderías del señor porque era mudo, imagina, el otro mentándole la madre, poniendo en duda sus preferencias sexuales, en pocas palabras cansando la garganta sin ningún sentido y digo sin ningún sentido porque el joven tenía la enfermedad al dos por uno, sordo y mudo.

El andén se iba llenando de chinga tu madre, pendejo, qué no te das cuenta de las pendejadas que haces y movimientos de manos los cuales no entendía, sería bueno aprender ese lenguaje, señas por aquí, por allá, en fin todo un caos solamente visible para este mundo y ni tanto para este mundo ya que me di cuenta que el señor de las gafas era un ciego, a veces hablaba hacia el aire, hacia el anuncio publicitario y otras tantas hacia mí, era el caos del mundo.

En fin, toda una escena que jamás había visto se prolongó por cerca de diez minutos, imagínate a esos dos locos tratando de ofenderse pero simplemente no podían o no percibían. De pronto el tipo de las gafas comenzó a aventar golpes al aire, trataba de atinar al rostro del mudo, mientras éste solo esquivaba con movimientos casi dancísticos, se alejó un poco y el ciego seguía ahí, duro y dale, pegándole al viento, tratando de adivinar el escondite del sin palabras.

Después de un momento, el ciego se cansó y buscaba por medio de los sentidos funcionales al mudo, pero no lo encontraba y más bien él, el de palabras silenciosas lo encontró con un preciso izquierdaso, tan fuerte que hizo caer al suelo al pobre invidente, y ahí acabo todo, una pelea jamás antes vista (sigue sin ser vista por él ciego), dos personas, dos seres con capacidades diferentes tratando de sacar ese fuego provocado por un acontecimiento insignificante, yo tomé mi cosas y me vine para acá a contártelo porque no podía hacer nada más ya ves que con esta silla de ruedas muy poco puedo hacer. El suceso fue interesante, novedoso, fue como ver la pelea entre un tigre y un elefante, dos seres tan diferentes pero con el mismo instinto animal.
 

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