16 feb 2010

En esta vida tenemos muchas posibilidades de cambiar el destino. Muchas personas u objetos nacen siendo algo que realmente les disgusta, pero está el poder en cada una de ellas para mandar al diablo todo y mutar a un ser muy diferente.

Esta es la historia de una pequeña línea recta, la cual nació un día sin número ni mes, nació gracias a la mano de un artista. Ella estaba primeramente contenida en una espesa mezcla, tenía un color radiante, maravilloso, hermoso, sin embargo, fue sacada de su lecho con un objeto que al principio no percibía del todo bien, fue hecha salir de su hogar y fue plasmada en una tela blanca, brillante.

Ya estando en ese frio sitio se dio cuenta de que era una línea recta, una simple recta, insignificante en todo el universo blanquecino que la circundaba, sabía de su existencia al momento de sentir la brisa que entraba por la ventana, por fin conocía su color, era negra. Todo a su alrededor era diferente y ella anhelaba tanto ser igual.

Fue pintada y luego abandonada por mucho tiempo, pasaron días y meses y años y se encontraba nuevamente encerrada con una capa de polvo que la cubría de inicio a fin, se sentía triste por las noches y por las mañanas, sentía la tristeza recorrer todo su pequeño cuerpo, no obstante, nada podía hacer en contra del destino, o al menos eso creía.

Estaba a punto de morir, el final lo sentía muy cerca y se preguntaba el porqué de tal situación, si ella nunca había hecho mal a nadie, si ni siquiera se le había dado la oportunidad de hacer algo más… y un día, un bendito día el artista abrió el ropero donde la tenía enclaustrada, nuestra línea recta recibía nuevamente los rayos del tenue sol decembrino, sabía que ese era su momento, su oportunidad para cambiar el destino y obviamente el universo, ya que cuando uno se arriesga a enfrentar al destino todo se modifica, le sonrió como una línea lo puede hacer, lo atrapó con su mirada; el artista también la veía, era un enamoramiento lo que estaba a punto de ocurrir, estaba ocurriendo y ocurrió.

Ahora se percataba de aquel utensilio que la hizo salir anteriormente, un pincel, y el artista comenzó a pintar por ahí, pintar por allá, el lienzo blanco se iba llenando de color, de amarillo como fondo, con un óvalo azul arriba de ella, pero ella no era modificada, seguía siendo la línea recta y negra. El hábil joven se dio un tiempo para descansar, la línea pensaba que ya había terminado, sin embargo, de pronto el joven se levantó de su silla, dejó de ver por la ventana y se acercó al bote donde ella se encontraba antes de salir, se imaginó que podría tener compañía pero grande fue su sorpresa cuando el artista se acercó y comenzó a aumentar su cuerpo, ya no era una línea recta pequeñita, ínfima, por fin tenia curvas, era más extensa y ocupaba el centro del cuadro, de la pintura que al final el artista llamó L'Oro dell' Azzurro, la línea tenía cara y una sonrisa bien dibujada, desde entonces es exhibida en Venecia, Italia, y a diario agradece a Joan Miró, el joven artista, por hacer de ella más que una línea recta.

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