18 jun 2010

- El camino nunca es como se quiere -, decía el imbécil de Julián. Y cómo iba ser así si estábamos pasando por una carretera hecha añicos, destruida, horrible. Íbamos a visitar al buen Armando, el mejor amigo para pasar el rato. En la ciudad no teníamos nada qué hacer y por lo tanto una visita fugaz a aquel hombre nos caería bien.

Tomamos la carretera libre para San José. No teníamos mucho dinero para pagar una autopista que nos ahorraría una hora, necesitábamos matar tiempo y una hora en auto era asesinarlo sin culpa alguna. En el trayecto consumimos más cervezas. Charlamos de algunas cosas de interés personal y sobre todo disfrutábamos del ambiente.

Julián se quejaba por la rudeza de la carretera, mas no le prestaba mucha atención. Dejaba que se consumiera en sus criticas, en sus reclamos a todo aquello que le molestaba y eso eran miles de cosas. Yo ya había aprendido a ignorarlo.

Al llegar casa de Armando nos percatamos que ya no vivía más ahí. Unos niños jugaban en el jardín y Armando nunca tuvo hijos, ni siquiera era bueno con ellos. Recuerdo la vez en que golpeó a un pequeño en la playa porque no lo dejaba escuchar las olas, - Anda, pequeño idiota. Lárgate con tu madre y deja de estar molestando a las personas importantes-, el pequeño se alejó con lagrimas en el rostro, Armando ni siquiera se inmutó.

Estacionados frente a la antigua casa de Armando, le pedí a Julián que preguntara a la familia sobre el paradero de los antiguos inquilinos. Bajó con desgano, se acercó a la puerta e interrogó a los infantes. Regresó rápidamente y me informó que, según los niños, el señor que vivía ahí había muerto. No le creí, lo mandé al diablo, lo mandé a que fuera directamente con los padres de aquellos mocosos infelices, cómo se atrevían a jugar con la muerte de un ser querido.

Julián volvió a la casa. Pasó el jardín como si fuese el dueño y tocó a la puerta. De lejos vi a un hombre barbudo recibirlo. Después de algunas palabras hizo entrar a Julián. Qué iba a ser ahora aquel mozalbete, pasar a una casa cuando simplemente iba a pedir información sobre el antiguo habitante de ese viejo hogar.

Después de una hora… tal vez dos, vi salir a Julián de la casa. Le pregunté el porqué de la tardanza. Me respondió con una sonrisa en el rostro que Armando había muerto y que los señores Hernández eran buenas personas. No me importaba si los Hernández eran los mejores de la colonia o del mundo entero, quería saber el paradero de Armando para continuar con nuestra fiesta. – Está muerto, Antonio. Entiende. Los señores no dijeron más, ni siquiera la causa. Si no me crees ve y pregunta tu mismo -.

No iba a salir del auto, estaba bastante bebido como para caminar hasta aquella puerta. Pensé un momento sobre el verdadero paradero de Armando. Dónde podría estar ese hijo de puta. Cuánto dinero debe para querer dejar ese sitio. Por qué dicen que está muerto.

Arranque el sucio y viejo carro. Necesitábamos pensar más tranquilamente sobre el paradero de Armando. – Vamos a la playa. De aquí hacemos una hora, tal vez menos.- le dije a Julián. Aceptó sin reparo. Ahí íbamos otra vez a la carretera. Con un destino: la playa. Tal vez Armando estaría viviendo por allá, tal vez es verdad que está muerto. Quién podrá saberlo… al menos yo no… bueno, al final él se lo pierde.

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