2 ene 2010

Si te platicara lo que vi esta tarde no me creerías. Un hecho sorprendente, de aquellos que hacen parar al universo. Deja contártelo, seré lo más sincero posible porque en verdad estas cosas no se ven todos los días.

No te aburriré con el comienzo de mi día, es muy normal, tan parecido al tuyo o al de Marcos o al de Fernando que no tendría caso contar esas patrañas cotidianas. El hecho en sí inició en el metro, yo estaba leyendo el libro que me habías prestado la semana pasada, buen libro por cierto, ya tendremos tiempo de comentarlo. Estaba en esos momento donde la lectura se va apoderando de tu mente, te crees Kesey en aquel viejo autobús y vas sintiéndote todo un drogota, esos momentos de perdición donde uno se encuentra con el escritor (vaya cacofonía) y sí, ahí estoy, leyendo, sin embargo, de pronto escucho unos gritos al final del vagón, estaban a punto de pelearse por ahí.

Realmente no les presté mucha atención, yo continuaba leyendo y continuaba viajando mentalmente pero de pronto el griterío, mejor dicho el gritote porque solamente una persona aumentaba el tono de voz, hizo que despejara la mirada de las hojas amarillas de tu libro y distinguí a dos tipos, uno con unas gafas negras y otro… con una espalda ancha, no le veía la cara.
El tipo de las gafas estaba regañando al otro hombre, con unos gritos infernales, porque supuestamente lo había pisado, eso a mí no me consta, pero el viejo estaba tan entretenido en el regaño y el otro hombre simplemente le hacía ciertas señas con las manos, llegué a pensar que lo estaba ahuyentando como se les hace a las moscas, sin embargo, no era suficiente porque los gritos seguían saliendo e invadiendo el vagón.

La pelea o mejor dicho el monologo se prolongo hasta Miguel Ángel de Quevedo, estación donde yo tenía que descender y maravillosa fue la sorpresa al ver que también los dos hombre bajaban ahí, pero no para seguir con su camino, sino para liarse a golpes o al menos eso parecía. Mi espíritu chismoso hizo que me quedara viéndolos por un momento, me acomode en el andén mientras ellos (él) discutía (hablaba). Por fin pude observar el rostro de espalda ancha, era un joven de entre 25 y 28 años, por cierto no contestaba a las majaderías del señor porque era mudo, imagina, el otro mentándole la madre, poniendo en duda sus preferencias sexuales, en pocas palabras cansando la garganta sin ningún sentido y digo sin ningún sentido porque el joven tenía la enfermedad al dos por uno, sordo y mudo.

El andén se iba llenando de chinga tu madre, pendejo, qué no te das cuenta de las pendejadas que haces y movimientos de manos los cuales no entendía, sería bueno aprender ese lenguaje, señas por aquí, por allá, en fin todo un caos solamente visible para este mundo y ni tanto para este mundo ya que me di cuenta que el señor de las gafas era un ciego, a veces hablaba hacia el aire, hacia el anuncio publicitario y otras tantas hacia mí, era el caos del mundo.

En fin, toda una escena que jamás había visto se prolongó por cerca de diez minutos, imagínate a esos dos locos tratando de ofenderse pero simplemente no podían o no percibían. De pronto el tipo de las gafas comenzó a aventar golpes al aire, trataba de atinar al rostro del mudo, mientras éste solo esquivaba con movimientos casi dancísticos, se alejó un poco y el ciego seguía ahí, duro y dale, pegándole al viento, tratando de adivinar el escondite del sin palabras.

Después de un momento, el ciego se cansó y buscaba por medio de los sentidos funcionales al mudo, pero no lo encontraba y más bien él, el de palabras silenciosas lo encontró con un preciso izquierdaso, tan fuerte que hizo caer al suelo al pobre invidente, y ahí acabo todo, una pelea jamás antes vista (sigue sin ser vista por él ciego), dos personas, dos seres con capacidades diferentes tratando de sacar ese fuego provocado por un acontecimiento insignificante, yo tomé mi cosas y me vine para acá a contártelo porque no podía hacer nada más ya ves que con esta silla de ruedas muy poco puedo hacer. El suceso fue interesante, novedoso, fue como ver la pelea entre un tigre y un elefante, dos seres tan diferentes pero con el mismo instinto animal.

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