27 jun 2009

Tengo muchas ganas de jugar, Marco. Tiene más de dos años que no toco un balón de futbol porque allá donde vivía el frio no dejaba siquiera salir a la calle y el departamento que habitaba era demasiado pequeño como para aventurarme a patear un balón.

Apuesto a que tú has jugado millones de partidos. Aquellas mal llamadas retas en la calle. Cuando todos los chicos de la colonia salen para encontrar un momento de diversión. Ya imagino al robusto de Pepe en la portería, al pelirrojo de Luis como delantero, gritando durante todo el partido porque no se le dan los buenos pases o al menos los toques magistrales esperados por él, que se cree dentro del Wembley. Ya me imagino.

Recuerdo los cálidos días de primavera, todos dispuestos a jugar, con nuestras playera de equipos extranjeros, ¡ah! Que bellos días aquellos, Marco. Los libros todavía no nos encontraban, hasta huíamos de ellos pero, míranos ahora, encerrados en una biblioteca, que diversión tan diferente.

El conocimiento nos come, Marco, nos devora poco a poco, comienza mordiéndonos las uñas y después de un rato estamos ya en su gran boca, sin ninguna posibilidad de salir. Yo digo que no es mala la vida que llevamos, o al menos la mía, a pesar de haber abandonado las viejas forma de diversión, pueden ser meros pretextos personales, solamente míos, ya que tú continuas jugando, Marco, tú sigues sintiendo el aire en el rostro al correr tras el balón, escuchando los gritos de los muchachos, tú sigues ahí y acá.

Algún día regresare para disputar otra partida, Marco. Nunca dudes de mi regreso. Saldré a la calle con mi playera del Newcastle, con mis tenis viejos y sucios y con los años, con estos años que tengo encima, Marco. Regresaré para hacer las jugadas típicas de nosotros, jugadas para esquivar la buena defensa del Pocho y anotar así un gol y gritarlo y abrazarnos y descubrir que algo del pasado aun está dentro de nosotros.

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