1 abr 2009

Nueve estrellas alcanzó a contar Miguel. Cuántas estrellas se pueden ver en un cielo despejado, con luces tenues en la ciudad, sin la contaminación de costumbre, cuántas se pueden contar. Él solo conto nueve porque los pensamientos no lo dejaban quieto, lo traían de un lado para otro, lo hacían viajar sin pasaporte y sólo nueve fueron las que su mente logró enumerar, las demás las dejó de lado porque el viaje comenzaba.

El chico solía salir a la azotea para contemplar lo que nos cumbre la cabeza, lo que nos protege del espacio pero que comienza a serlo, era una afición que tenía desde pequeño, desde que su padre lo sacaba a ver la luna llena, le contaba historias acerca de la relación que tenia ésta con los hombres y a pesar de que era pequeño entendía bien lo que su padre decía, desde ahí comenzaba a viajar sin abandonar el espacio-tiempo en el que se encontraba.

La noche era un hábitat perfecto para el muchacho, la obscuridad no le generaba miedo, ni cuando era un infante, él creía que las estrellas lo podían proteger de cualquier peligro y que la luna era la comandante de aquel ejército brillante. Había veces que les pedía favores, dirigiéndose a ellas con pensamientos profundos e imaginativos, era una historia recreada en su mente con él como personaje principal, de ahí se desarrollaba el relato que finalizaba con la atención pedida. Otras veces sólo contaba a forma de historia épica su día, esa gesta era pensada en cada momento que vivía, a veces se le aumentaban detalles que enriquecían la leyenda, modificando de a poco la verdad pero nunca mintiendo.

Miguel fue hijo único, creció en la soledad que la casa le brindaba, era raro según opiniones externas, era bastante normal según opiniones personales. La soledad que vivió lo preparó para no necesitar nada, se conformaba con lo que tenía, aceptaba lo que le era dado y si llegaba a pedir era únicamente para poder entablar una comunicación interestelar, interpersonal. El lenguaje tenía que ser respetado, era lo que lo formaba como persona, precisaba de él mas no lo utilizaba de la misma forma en que los demás, buscaba simplificarlo a tal punto de complicarlo para una mente razonable.

Todo ser que habla tiene una estructura definida en su lenguaje, Miguel también la tenía solamente que el entendimiento era reservado para él, un día se le ocurrió mostrárselo a su amigo más intimo, Pedro, pero su poco nivel de entendimiento hizo que soltara una risa que llegaba a ser carcajada a lo que Miguel respondió con una mirada fulminante, lo dejo convertido en cenizas ya que su gran tesoro se encontraba inmerso entre las palabras ya fueran escritas, habladas o pensadas.

Los únicos seres con los que podía entablar una comunicación con dicho lenguaje eran los que se encontraban en la parte superior, en la bóveda celeste; eran los únicos capaces de responderle, de cuestionarle amplia y concienzudamente, por tal motivo aquella noche solamente alcanzó a contar nueve estrellas, porque el día comenzaba a aparecer, era nueve horas las que llevaba fuera, nueve horas charlando y el astro rey comenzaba asomar sus cabellos dorados, el viaje se veía a lo lejos, era hora de despedirse y decir simplemente, hasta la noche.

0 comentarios:

 

Copyright 2010 Dios escucha por los ojos.

Theme by WordpressCenter.com.
Blogger Template by Beta Templates.